La genética juega una mala pasada a los brasileños, debilitando su capacidad para resistir al cáncer

Muchos brasileños tienen en común un rasgo característico en su ADN: una mutación en el gen p53 que debilita su capacidad para resistir al cáncer. Este descubrimiento, que pone de relieve como cientos de miles de brasileños son portadores de esta mutación genética, está ayudando a los laboratorios en la búsqueda de nuevos tratamientos contra la enfermedad.

El riesgo de padecer cáncer a lo largo de la vida en el caso de la mutación brasileña se sitúa entre el 50 y el 70% y, paradójicamente, es este carácter más leve el que le ha permitido extenderse tanto y afectar a un número tan elevado de personas. La mayoría de los portadores sobrevive lo suficiente como para transmitir el gen a sus hijos, y algunos nunca desarrollan cáncer.

El p53 es un supresor de tumores. Su misión es protegernos del cáncer, asegurándose de que, cuando nuestras células se dividen como parte del crecimiento y el mantenimiento normales de nuestro cuerpo, lo hacen sin cometer errores peligrosos. Si el ADN –las instrucciones de funcionamiento de la célula– se daña o no se copia fielmente al dividirse para producir nuevas células hijas, el p53 frena en seco la célula y envía al equipo de reparación antes de permitir que la célula siga adelante. Si el daño en el ADN es irreparable, el p53 pone la célula en un estado de “senescencia replicativa”, para impedir que vuelva a dividirse; o incluso le da instrucciones para que se suicide, impidiendo que se descontrole.
 
En casi todos los casos de cáncer en humanos, este gen ha sido inutilizado por una mutación o algún otro mecanismo defectuoso. Esta corrupción del p53 se produce de forma espontánea en células o tejidos que han soportado algún daño a lo largo de la vida, y esto puede situarlos en la senda hacia el cáncer, un riesgo que aumenta cuanto más vive la persona. Pero algunos nacen con un p53 corrompido en todas las células de su cuerpo, y son extremadamente vulnerables al cáncer desde sus primeros días.


Fuente:
 El País